jueves, 31 de marzo de 2016

DOS, POR FAVOR





Mientras espera en la cola de supermercado, el hombre piensa que es muy aburrido el interminable ciclo de obligadas visitas a lugares como ese para realizar tareas parecidas a la que él, incluso al hacer cola y preguntarse si será suficiente el dinero que lleva o tendrá que pagar con tarjeta, está cumpliendo. Hacer la compra, ir al banco a preguntar por la comisión indebida, llevar a los niños a que se aprovisionen de ropa, la espera ante el mostrador de la biblioteca para devolver los libros, la espera en la zapatería, en la oficina pública, la espera, durante las horas de trabajo, a que conteste al teléfono la persona autorizada o a que llegue la firma que permitirá seguir con la tramitación del informe. La espera, la espera. El hombre se siente descorazonado y piensa en una vaga actividad creativa que él podría desempeñar, en largos paseos, en atardeceres toscanos contra un fondo de viñedos, en la música que le gustaba escuchar cuando era más joven y que ya no tiene tiempo de escuchar. Luego cae en la cuenta de que su cansancio está tomando la forma de una serie de tópicos; que él no sabe, en realidad, dónde está la Toscana, nunca fue una persona creativa y que dar paseos, sobre todo si son largos, le cansa y aburre, aunque sigue haciéndolo por mantener algo la forma, como un compromiso más de los muchos que le ocupan. Además, la señora que estaba delante de él en la cola ha terminado de pagar y tiene que darse prisa si no quiere retrasar a los compradores que le siguen. Con un gesto de torpes aires atléticos, empieza a poner el contenido de su cesta en la cinta transportadora. La cajera le dirige apenas una mirada de reojo mientras pasa por el lector de códigos de barras la primera de sus compras.

— ¿Bolsa?

— Dos, por favor.

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