(Publicado en la revista "Sin ir más lejos" de la ONG Córdoba Acoge)
Examinemos,
por un momento, la cuestión del papeleo. El Estado Español, como todo estado,
es un ente complejo de naturaleza jurídica pero cuyo comportamiento está muy
cerca de lo animal: cuando tiene hambre se abalanza sobre el alimento; se
aparea con otros miembros de su misma especie; si algo —cualquier cosa— le
suscita temor por su propia seguridad, lo rechaza y huye o intenta, en caso
extremo de desesperación, una maniobra de defensa. Pero claro, al tratarse de
un animal jurídico todas esas reacciones tienen lugar en el ámbito de lo
burocrático, de lo legal e ilegal.
El Estado, animal que habitamos, se
defiende de lo que concibe como agresiones a su integridad abriendo a sus pies
un apresurado foso que no llena de agua, como mandaban los cánones de la
técnica militar medieval, sino de algo mucho más efectivo para sus propósitos:
trámites, formalidades, listas de requisitos, condiciones que la persona debe
cumplir para ser reconocida como persona, en primer lugar, y luego a fin de ir
ascendiendo en la esforzada y larguísima escala que distingue a la ciudadanía
de primera, segunda, tercera y sucesivas clases. Este comportamiento del
Estado-animal no es extraño si tenemos en cuenta que, para él, alguien sin
recursos viene a equivaler a una bolsa de contenido desconocido que una mano
anónima hubiese abandonado en una estación de autobuses: un bulto sospechoso,
repleto de potencial peligro y que obliga a la adopción de medidas inmediatas
de aseguramiento del peligro y desactivación. Quizá esto explica por qué las
personas sin recursos, al igual que las personas inmigrantes, salen en
televisión de preferencia cuando son culpables o víctimas de algo o han llevado
a cabo una honradez digna de las navidades, como devolver una cartera perdida
insólitamente llena de dinero.
La tan cacareada globalización ha
resultado ser un fenómeno cuyos efectos se limitan a lo económico y al ámbito
de la información —para mucha gente es lo mismo—. En lo que se refiere al
elemento humano, a las necesidades y problemas de las personas, el mundo ya no
es tan pequeño ni carece de fronteras e impedimentos; aquellas delimitan su
territorio y estos lo protegen para que nadie venga a robar el pan del
Estado-animal, el mismo que él previamente se encarga de esquilmar a sus
ciudadanos habitantes para el sostenimiento de los órganos y aparatos de los
que se compone. Las personas normales, con un nivel económico medio-bajo, no
traen consigo desde el otro lado de las fronteras poder ni dinero; no tienen
nada que ofrecer en sacrificio al Estado-animal en cuya piel pretenden
cobijarse. Si los hábitos de la manada a la que el animal pertenece son
neoliberales y seudobancarios, como es el caso del animal España y su rebaño
europeo ficticio, la actitud variará radicalmente según la persona recién
llegada provoque o no la falta de acuerdo en sus balances contables. En caso afirmativo,
esa persona adquiere la naturaleza de un problema y las proporciones y formas
de un bulto, un bulto sospechoso, claro, con lo cual volvemos a la situación de
alarma antes comentada.
Con las personas que pretenden
construir su vida en un país distinto al de origen funciona, desde la perspectiva
del Estado-animal, una descarnada lógica parecida a la que aplica en el sector
laboral. Su formulación básica podría ser algo así: quien debe estar preocupado
continuamente con lo más básico no tiene tiempo ni energía para exigir sus
derechos, la dignidad y el trato que le son debidos; no puede, en suma,
permitirse el lujo de hacer otra cosa que sobrevivir. La inestabilidad hace a
la persona más fácil de manejar, condiciona su comportamiento para hacer de
ella un número dócil. Los gobiernos son incapaces de lidiar de manera lo
bastante rápida o durante mucho tiempo con números rebeldes, poco adaptables o
excesivamente contestones. Cada dígito debe plegarse a formar una hilera
ordenada, clara, conveniente. Si se nos aísla, los números tendemos por inercia
a obedecer todo tipo de indicaciones; componemos, sin armar demasiado ruido,
esas gélidas filas de las que se hablaba. Nuestra opción es no permanecer en el
aislamiento: al comunicarnos, ya seamos números nacionales o extranjeros, en
desempleo o actividad, al colaborar entre nosotros espantamos, al menos
parcialmente, todo aquel frío y se desmontan las cuentas públicas. Nos volvemos
impredecibles, más capaces de reaccionar ante lo que merece una reacción. Cada
serie de números que identifican un expediente, impreso en el frontal de una
carpeta, carpeta tras carpeta, Subdelegación tras Subdelegación del Gobierno,
contiene los datos referentes a una o varias personas, tiene el objeto y la
pretensión de cifrar y contener varias vidas pero no, no equivale a ellas. No,
de ninguna manera. No.