miércoles, 17 de agosto de 2016

ESTO NO ES LA TÍPICA QUEJA POR OTRA LIBRERÍA QUE HA CERRADO



           No, no quiere serlo porque nada hay que me cause más pereza que ese tipo de comentario en el que el autor o autora entona un lamento por la desaparición de algún comercio ligado a sus recuerdos y, tras algunas frases dedicadas a la memoria de quien fue, acaba —¡oh, sorpresa!— con una reflexión acerca del peso de los años, el cambio en los perfiles de nuestro pequeño mundo y la huella del sabor amargo que esas variaciones dejan en nuestra boca, el deje de tristeza resignada en el funcionamiento, por lo demás razonable, de nuestro ya tantas veces herido corazón.
            No, porque, verán ustedes: las librerías anudadas a mis recuerdos cerraron hace ya mucho, sus dueños agotados o arruinados o ambas cosas; y la clausura de un establecimiento de esta naturaleza no equivale a la de cualquier otro respecto al que podamos albergar sentimientos más relacionados con nuestra íntima condena de cumplir años que con el objeto del comercio cerrado. No, una librería no es como la panadería donde comprábamos la palmera de chocolate de la merienda ni la tienda de ropa a la que nuestra madre insistía en arrastrarnos cuando se hacía necesario renovar nuestro variopinto fondo de armario. Una librería es un lugar donde se vende cultura, aunque no siempre; en cuyos anaqueles se pone precio a nuestra ilustración y nuestra fantasía, sí, pero en los que resulta posible, en cualquier caso, tener acceso a esa fantasía, a esa ilustración.
            Una librería que cierra es una decepción y es un engaño. El engaño reside en hacernos creer que el establecimiento en cuyo escaparate vemos un mal día el cartel de “se vende o alquila” es igual que el resto: uno de tantos donde se comercia con artículos exactamente iguales a otros muchos, intercambiables y volátiles. Una librería no cierra solo porque “así son las leyes del mercado” (por cierto: ¿qué leyes? ¿Hemos votado para que rijan nuestra existencia, se somete su vigencia a nuestro criterio periódico?). Significa que allí, en la localidad donde tiene lugar el cierre, la gente no ha comprado suficientes libros como para mantenerla a flote. Con la excepción de los casos en que la torpeza de los propietarios haya podido dar al traste con sus cuentas, que no se vendan libros habrá querido decir que los clientes no han querido o no han podido permitirse su adquisición; y ambas circunstancias resultan igualmente tristes e inquietantes, aunque por diferentes motivos.

            La escritura y la lectura son el mejor vehículo del pensamiento. Ningún otro favorece de igual manera, con ese mismo carácter reposado e íntimo, la asimilación de ideas y el aprendizaje necesario de todos los matices y formas que la emoción puede presentar. Lean, lean ustedes, háganse el favor. Y, si no es de mucha molestia, que al menos alguno de los libros en los que decidan introducirse no provenga de las estanterías de una gran superficie comercial: acudan a sus librerías más cercanas antes de que las crueles leyes del mercado decidan echarles el cierre, recorran sus pasillos, olfateen la tinta impresa. No se dejen ganar de la melancolía, confíen en que, si una librería cierra y se produce con ello un nuevo ataque a nuestras posibilidades de ilustración, otra librería puede abrir en un futuro no muy lejano y así debe ocurrir a pesar de todos los signos en contra. Déjense guiar por sus preferencias, alguna buena recomendación o el impulso del momento y, finalmente, escojan con decisión su libro de ese día. Sí, es ese; tómenlo del lomo, abran sus páginas, disfruten.