(Un comentario sobre el documental Hija de la laguna, Ernesto Cabellos, 2015)
En el Perú existe una población llamada Cajamarca,
donde hay una laguna. Esa laguna es la base y el centro de un rico ecosistema
caracterizado por su humedad, su flora y una fauna básica que permite a sus
habitantes vivir de los productos de la tierra, con la que además tienen una
relación de gran intimidad y conocimiento que casi podríamos calificar de “familiar”.
El mejor ejemplo de esta relación tan especial es Nélida, una joven que habita
con sus padres en los vastos campos de la región y que conoce el proceso de sus
cambios, sus abundancias, sus momentos de escasez. Ella ha entablado con la
laguna y todo cuanto la rodea un vínculo tal que a menudo, en su fuero interno,
habla con ella igual que si fuera un ser consciente, y le dirige ruegos y
promesas. La laguna adquiere la categoría de interlocutora, de figura maternal,
de entidad a la que recurre con naturalidad en las súplicas y en los
agradecimientos.
Un
mal día, Nélida y todos los demás habitantes de Cajamarca reciben la visita de
unos hombres siniestros ataviados con chalecos y gorras de vago aspecto
policial. Llevan armas y les observan de lejos. Las personas del lugar,
asustadas, no saben en un primer momento qué esperar de tan oscura visita. Más
adelante su propósito quedará claro, demasiado claro: se trata de la
avanzadilla de un grupo empresarial que pretende explotar el fondo de la laguna
donde, según ciertas averiguaciones realizadas en secreto por la empresa, hay
un yacimiento de oro.
Los
acontecimientos se precipitan después con rapidez: la empresa quiere el oro que
ya considera suyo, las personas de Cajamarca solo desean, en cambio, que las
dejen en paz con su tierra y su modestia. El inevitable choque de intereses.
Habitualmente, enfrentamientos como estos se salvan con algunas amenazas o unos
pocos sobornos y el proverbial miedo de la gente humilde a sufrir mayores daños.
Pero, según comprenden estos atípicos campesinos, eso es precisamente lo que
ocurrirá si la empresa se sale con la suya: se quedarán sin lo que más aprecian
en el mundo, su pedazo de tierra alimentado por la laguna; se verán sin nada,
nada en absoluto. Porque por donde pasa el rodillo de los intereses
empresariales ya ningún fruto es capaz de crecer, solo queda una tierra yerma y
un puñado de personas infelices y desposeídas. Así ha sido siempre. Así se
suponía que debía ocurrir también en el caso de Cajamarca.
En
este documental, además de hablarse de la lucha de las personas de Cajamarca
por preservar su forma de vida, la única riqueza de su laguna, se nos muestran
las consecuencias del proceso contrario, es decir, varios casos en los que el
interés empresarial estuvo por encima de las consideraciones humanitarias y
ecológicas más esenciales. Su director, en un ejercicio de síntesis admirable,
incluso encuentra tiempo en su metraje para darnos cuenta de la hipocresía del
mal llamado “primer mundo”, encarnado para la ocasión en la persona de una
diseñadora de joyas de lujo (y nada bellas, valga el comentario de pasada) que
aprovecha los productos de la explotación humana y natural para hacer
tranquilamente una fortuna, y aún tiene la desfachatez de visitar los lugares
del genocidio natural disfrazada de exploradora de principios de siglo XX. El
colonialismo no es, ni mucho menos, cosa del pasado; pero no quiero dar más
pistas ni destripar el contenido de este magnífico documento, esta maravillosa
y terrible película, disfrutable desde el aspecto visual y el humano, desde la
poesía y la reflexión social. Todos estos elementos se suman en Hija de la laguna para componer algo a
lo que, por desgracia, cada día estamos menos acostumbrados: una verdad. La
verdad de la emoción y del profundo esfuerzo que cuesta defenderse de los
insistentes y fríos ataques del mercado; la verdad de una lucha, que lleva
mucho tiempo en marcha, por conservar el espacio minúsculo que ese mismo
mercado quiere dejar al ser humano para que sienta y respire. Esa verdad que espera
al otro lado del enorme muro que, en ocasiones, nos separa de la realidad a que
vayamos a echarle un vistazo.