La pasión por la lectura tiene
innumerables ventajas y un único inconveniente: al cabo de los años se recorren
multitud de títulos y, en muchos de ellos, se encuentran razones para
disfrutar; aún en bastantes para emocionarse; pero solo en algunos, muy pocos
en realidad, la combinación de factores necesaria para crear un fuerte impacto.
Esto es lo que me ha ocurrido con el reciente hallazgo de la novela La promesa, de Friedrich Dürrenmatt,
cuyo subtítulo, Réquiem por la novela
policíaca, contiene la clave de su mensaje esencial, ese que su autor lanza
al estómago y la inteligencia de sus lectores.
Hay libros ya de sobra comentados y
otros de los que nunca se hablará lo bastante. Dürrenmatt compone, a partir de
la década de los cincuenta del siglo pasado, dos textos que toman como punto de
partida los prototipos de la “novela negra” americana para subvertirlos,
parodizarlos y separar sus partes a fin de construir, con las piezas
resultantes, un panorama humano y literario completamente distinto. Si
estuviéramos hablando de obras teatrales, podríamos decir que estas historias
no solo cambian el decorado habitual en tragedias o comedias anteriores, sino
que también ahondan en sus temas. La perspectiva, más profunda y de una mayor
ambición, autoriza a sus personajes a cuestionar y cuestionarse de manera explícita
y desesperada, como el protagonista de El
juez y su verdugo cuando se pregunta: “¿Qué es el hombre?” (no tanto entre
interrogantes como entre signos de exclamación).
Ambos argumentos parten de un
planteamiento inicial que podríamos denominar “corriente” —el hallazgo de la
víctima de un crimen— que resultará luego tener implicaciones humanas e
intelectuales mucho más extensas que la simple resolución del enigma. En La promesa, la captura de un sórdido
asesino de niñas lleva a un policía obsesionado con el orden al borde de la
locura; El juez y su verdugo empieza
con el episodio, narrado con comicidad, en el que un agente de pueblo encuentra
un cadáver apoyado en el volante de su propio coche, y decide conducirlo hasta
la comisaría en el mismo vehículo escena del crimen para no alterar el orden y
la paz vecinal. Las dos historias resultan una expresión de la humana miseria
y, al mismo tiempo, complicados juegos de espejos en los que el autor nos
introduce de lleno. En su transcurso, como suele ocurrir cuando la literatura
es arte y no simple entretenimiento, se plantearán más preguntas que
respuestas. Las conclusiones fáciles no caben: el misterio se refiere, sobre
todo, a qué somos y a nuestra forma de disponer, o permitir que nos dispongan,
la existencia.
El autor suizo elige para exponer
sus dudas y perplejidades acerca del ser humano, en estas dos obras, el género
policíaco; pero no se abandona a él, a sus tópicos, ni a las aparentes
necesidades que impone. El lector —la lectora—, como decía Carlos Edmundo de Ory,
puede leer sin temor. También con la seguridad de que no abandonará el universo
escuetamente propuesto por Dürrenmatt siendo la misma persona que entró en él.