Reseña de Das merkwürdige Kätzchen (El extraño gatito, Ramon Zürcher, 2013)
La familia de la que se habla en Das merkwürdige Kätzchen (El extraño gatito, Ramon Zürcher, 2013) es del todo normal. Uso este apelativo de manera
intencionada: lo “normal”, tal y como nos han enseñado a considerarlo, quizá no
exista. Es cierto que hay un estado de cosas razonable y ordenado, pero también
millones de posibles anomalías. Teniendo en cuenta esta proporción, esa “normalidad” sería tan infrecuente como
la posibilidad de conseguir un empleo entregando un único currículo, a no ser
que se tengan todos los padrinos del mundo.
Un día en la vida de una familia
alemana contemporánea. Este es el presupuesto del que parte Zürcher para
construir su discurso, pues no podemos hablar propiamente de argumento.
Acciones cotidianas, como pelar una naranja o servirse un vaso de leche, son
dotadas por el ojo sutil del director de una significación que siempre estuvo
ahí, pero en la que habitualmente no reparamos. El fotograma que he seleccionado
como imagen de presentación para esta reseña sirve, como podrían hacerlo otros
muchos, de perfecto ejemplo: la niña está ante una mesa, en la que hay varios
objetos iguales a los que encontramos en nuestras propias casas; mira a alguien
o algo que se sitúa fuera del plano. Colores intensos, rostros quietos,
atenciones puestas en cosas o personas que no vemos. Estaríamos, entonces, ante
una de esas películas en las que, según se apresurarían a señalar muchas voces,
“no pasa nada”. Pero sí pasa, ocurren multitud de cosas. “El extraño gatito” te
obliga a mirar con ojos diferentes a los acostumbrados, quiere afilar tu
facultad de observación tanto o más como tuvo que aguzarla el propio autor para
rodar su epopeya íntima. Porque suceden multitud de acontecimientos para quien
ha aprendido a verlos, y esta película deviene en una especie de curso
acelerado sobre cómo desarrollar tal facultad.
Mención aparte merecen las actrices
y actores que encarnan a los miembros de esta familia sutilmente disfuncional.
Unas y otros cumplen a la perfección su tarea de instrumentos en una pieza
musical, con danza incluida, cuyas melodías se aceleran o ven ralentizadas
según convenga a la sensibilidad del autor que, como ya se ha comentado, él
quiere que sea también la nuestra. Así, vemos que el tiempo se detiene en una
ocasión determinada y en apariencia sin gran importancia, o transcurre veloz
destilando numerosos detalles que tendremos que estar atentos para captar.
Por último, destacaría la música. La
banda sonora de la película se compone de un único tema que suena, con
insistencia hipnótica, en varios momentos de su corto metraje (apenas algo más
de una hora). La pieza se convierte con ello en un instrumento más al servicio
de los objetivos del autor, que pasan por captar nuestra atención con la fuerza
de uno de esos espectáculos que el día a día nos ofrece sin aviso, y que tienen
la facultad de absorbernos de nuestra quietud y ensimismamiento naturales,
como, por ejemplo, una caída en plena calle o la súbita declaración en voz alta
de un sentimiento por parte de un desconocido.
Magnífica, intensa película, que el
espectador o espectadora sentirá, si su mirada aprende a desarrollarse con la
velocidad suficiente, como algo privado, suyo, una pequeña historia más del
imaginario personal en el que, más tarde, se verá obligado a pensar y del que
recordará unas cosas mientras que otras quedarán en el olvido, como siempre
sucede. Espero que les guste tanto o más de lo que ha conseguido
intranquilizarme a mí.