viernes, 29 de diciembre de 2017

LA INCOMODIDAD


(Una reflexión acerca de la postura de la Unión Europea respecto a la situación de las personas migrantes detenidas en las cárceles libias. Publicado en la revista Sin ir más lejos de Córdoba Acoge)



            Reconozco que a veces pongo la televisión y que incluso, en alguna  de esas ocasiones, busco en la maraña de las distintas cadenas un programa de esos que aún tenemos la costumbre de llamar “informativos”, aunque la última de sus finalidades sea informarnos. Un programa reciente dedicó algo de su tiempo —digamos unos cincuenta o sesenta segundos—, de manera no sé si ejemplar o expiatoria de culpas anteriores, a la situación de las personas migrantes que proceden de las zonas del África Subsahariana en su doloroso trayecto hacia Europa.

            Al parecer, la vía de paso actual en esa peregrinación que huye de la guerra y el hambre se centra en Libia. Algo ocurre en este país africano. Según los datos aportados por diversas ONG’s que trabajan en la zona, de las casi doscientas mil personas que han cruzado su territorio camino de la costa, más de veinte mil están actualmente encarceladas. Las condiciones de ese encarcelamiento, siempre según los informes de las ONG’s, son inhumanas: hacinamiento más allá de lo soportable, desnutrición, carencia de agua para el consumo mínimo, violencia física.

            Hasta aquí un dato más para el escándalo y la indignación. Los que llamaré, haciendo uso de un eufemismo, “problemas de lenguaje y percepción” con referencia a este durísimo asunto comienzan en el momento en que se exigen explicaciones. El gobierno libio, preguntado al respecto, acude a vagos razonamientos penales: las personas migrantes serían culpables, o copartícipes, de los delitos de tráfico de personas que cometen sus explotadores al comerciar con sus vidas después de cobrarles un altísimo precio. Encontramos así que veinte mil víctimas llenan las cárceles libias, pagando las condenas que, según el Derecho Penal comparado, deberían corresponder a quienes cometieron verdaderamente los hechos delictivos.

            Esto por un lado. Por el otro hacen acto de presencia las autoridades europeas para desmentir una acusación que se ha elevado contra ellas. ¿Acusación? ¿Cuál ha podido ser?, me pregunté al mismo tiempo que, según el ya arraigado hábito del televidente, subía el volumen del aparato con el mando a distancia. Pues, al parecer, ciertas voces han señalado la existencia de un acuerdo por el que agentes enviados por la Unión Europea habrían entrenado a agentes de la policía libia sobre los métodos más efectivos para impedir que las pateras crucen desde las aguas territoriales del país africano hasta las aguas vecinas, es decir, las nuestras.

            La negación de la veracidad de esta gravísima acusación se produjo, según este televidente pudo comprobar, con la adecuada seriedad y habiendo convocado a todos los medios de comunicación existentes y disponibles en ese momento. Es curioso que ciertos despliegues informativos solo se produzcan a convocatoria de una autoridad pública y no, en caso alguno, sencillamente cuando tiene lugar una noticia; esto, a pesar del sempiterno criterio vigente para la prensa de perseguir la novedad allí donde surja. Pero sigamos: si algo pude notar desde mi posición de espectador, en principio cómoda y pasiva, fue que la persona delegada por las autoridades de la Unión para realizar este comunicado no lo hacía con mucho convencimiento. De hecho, con ninguno en absoluto. Sí, algo fallaba en su manera de expresarse: el tono, la postura, incluso la expresión de la cara no eran las de alguien que dice una verdad que tiene por incuestionable. Acaso este televidente ocasional pueda incluso atreverse a decir que la propia persona delegada tenía serias dudas de que aquello que decía, que leía de un papel colocado frente a ella en un atril, fuese del todo cierto.

            Este pensamiento fue mi primera reacción. Sin embargo, con el paso del tiempo y la experiencia se hace uno más prudente, incluso cabe decir que más empático. Los juicios de valor se vuelven comprensivos o, al menos, quieren serlo. Quizá, me digo a continuación, el motivo de esa falta de convencimiento en la persona representante de la Unión no pueda achacarse al cinismo propio de quien miente a propósito, sino a la incomodidad del que necesita creer que lo que dice es cierto aunque, en el fondo, no esté muy seguro. Se me podrá decir que esa incomodidad deviene, con frecuencia, en una complicidad con el mal y que el auténtico sufrimiento es el padecido por las miles y cientos de miles de personas migrantes que padecen lo indecible, en el mar, en tierra, en las cárceles libias. Quien me dijera eso tendría razón. No se trata aquí de empatizar con una institución probablemente mentirosa, sino de entender por qué y pará podría querer mentirnos, a fin de detectar mejor sus futuras y previsibles falsedades. Por mucho que ciertas personalidades políticas europeas se hayan querido pronunciar públicamente a favor del acogimiento de las personas refugiadas procedentes de Siria, por poner un ejemplo reciente, lo cierto es que sus actos no han sido luego coherentes con esas declaraciones. El acogimiento no ha tenido lugar según lo comprometido. Es decir, en ese aspecto se ha producido un falseamiento: la Unión Europea y sus países integrantes dijeron que iban a hacer una cosa y luego hicieron justo la contraria. ¿Qué no habrá de ocurrir, entonces, en un asunto como el de Libia en el que los focos no estaban ni están puestos sobre los actos de la Unión, excepto por el minuto escaso que una cadena de televisión ha decidido dedicarle?

            Porque lo cierto es que, si sumamos dos y dos, la cuenta sigue dando, como lo ha dado siempre, el número cuatro: no es ningún secreto que los gobiernos europeos no quieren la llegada de personas migrantes a sus fronteras; el gobierno libio está favoreciendo la detención de esas mismas personas; todo apunta a un acuerdo entre ambas partes o, al menos, a la pasividad de las instituciones europeas ante la actuación de Libia, convertida en un país-cárcel para quienes solo han cometido el delito de querer trasladarse de un territorio soberano a otro, y eso para evitar su propia muerte.

            Dada esta pequeña suma y su resultado, fácil de hallar incluso para alguien tan poco dotado para las matemáticas como quien les habla, la incomodidad de la persona representante de la Unión se comprende ya un poco mejor. Y es que no a cualquiera se le da bien ser cínico y negar frente a las cámaras algo que sabe cierto, o que intuye como tal. En realidad, lo único bueno que cabe sacar de todo este asunto es, precisamente, esa incomodidad. Quizá el pudor que esta persona representante mostró en su pública aparición se convierta, algún día, en oposición franca y haya una persona menos dispuesta a mentir en nombre de un interés o de un rechazo. Las mayores victorias son éticas y se logran poco a poco, persona a persona, a medida que cala en las mentes la necesidad de una mayor humanidad, empatía y honradez. Es, al menos, una esperanza. Feliz entrada de año.

viernes, 3 de noviembre de 2017

VISITA A T&T REPARACIONES


            Canillejas, en Madrid, es un barrio compuesto por bloques de viviendas de ladrillo marrón o rojizo dispuestas en largas y tranquilas calles. Su altura de tres o cuatro pisos permite, mientras se camina, disfrutar la amplitud brillante y azul del cielo. Este lugar me recuerda en muchas cosas a aquel otro donde me crié y aún vive mi familia; es un barrio modesto y obrero en el que me siento muy cómodo.

            Encuentro la sede de T&T reparaciones en el número 18 de la calle Fenelón, en todo parecida a las que la rodean salvo por el llamativo cartel que el taller ostenta sobre su puerta y en el que puede verse el dibujo de una pluma estilográfica. Por lo demás, la fachada es de una discreción absoluta. Al igual que ocurre con algunas personas, el aspecto exterior resulta muy normal: es al otro lado de la puerta de entrada donde sus cualidades aguardan a que entremos para conocerlas.

            Unos segundos después de llamar al timbre esa puerta se abre y estoy frente a un hombre alto y fuerte de expresión afable. Me presento y él me ofrece su mano, tan grande y fuerte como él mismo, a la vez que me hace pasar sin ceremonias. Es Antonio Jesús Gómez Sánchez, cuya primera inicial —una vez acortado su nombre al de Toni— integra, junto a la de Teodoro Rodríguez de la Pinta, la razón comercial y el alma del taller de reparaciones.

            Enseguida estrecho también la mano de Teodoro, una mano que se intuye tan rápida como ágiles son las contestaciones que intercala con su permanente charla al teléfono por razones de trabajo. Tras una mesa repleta de estilográficas y otros útiles de escritura en alguna de las sucesivas fases de regreso a la vida, atiende sin cesar una llamada tras otra. Al igual que Toni, me recibe con gran amabilidad y una sonrisa; está claro que el empeño de ambos es que me sienta cómodo y, después de solo unos instantes, gracias a su simpatía, ya lo han conseguido.

            Mientras Teodoro no deja de recibir llamadas, Toni me guía por los espacios del establecimiento. En primer lugar, nada más cruzar la puerta, una mesa compone la pequeña recepción cubierta de diversos artículos que llaman la atención del aficionado desde el primer momento. Mi radar estilográfico se activa cuando intuye, justo detrás de esa mesa, unos expositores de cristal habitados por largas hileras de estilográficas Waterman y Parker, las especialidades de venta de la tienda. Pero esto no es nada; a la izquierda se sitúan nuevos expositores, de mayor altura y cabida, que albergan muchos más ejemplares de mismas firmas y también una sorpresa adicional: una sección de estilográficas antiguas, completamente restauradas y en perfectas condiciones para su uso. Cada pieza espera a su futuro propietario o propietaria sobre una funda de piel oscura para su transporte y protección.


            
                  Toni me conduce luego de regreso a la zona de trabajo, compuesta por varias mesas donde las estilográficas esperan, desmontadas en piezas, a que les llegue el turno de su reparación. O de su regreso a la vida, a la existencia diaria y útil que les aporta todo su sentido. En la pared frente a la mesa de Toni una innumerable cantidad de pequeños cajones metálicos contienen las miles y miles de piezas de repuesto necesarias para que esa vida pueda continuar.  

            Amablemente me ofrecen asiento y, mientras Teodoro sigue hablando de manera casi incansable por teléfono, Toni me da algunos detalles acerca de los orígenes de lo que hoy es uno de los mejores y más importantes talleres de reparación de estilográficas del país. Mientras habla, sus manos empiezan a moverse, en apariencia dotadas de voluntad propia; toman un paño de un lado, un bote de cola de otro y se aplican a continuar el arreglo que las ocupaba a mi llegada.  Me cuenta que, hasta hace siete años, ambos eran empleados del servicio post-venta de las firmas Parker y Waterman. Cuando su dirección, tras un período de vacilaciones, decidió cerrar la fábrica que tenía en España comenzó una época dura, una fase de incertidumbre de la que, sin embargo, nuestros protagonistas tuvieron la idea de salir estableciéndose por su cuenta. Así nació la empresa T&T reparaciones y, con ella, la oportunidad de miles y miles de usuarios y usuarias de estilográfica de ver renovado el uso de su instrumento de escritura preferido.


            La conversación a tres bandas se ve interrumpida con frecuencia por el timbre del teléfono. Teodoro contesta con su simpatía habitual y menciona a una tal “Julia”. Supongo que debe ser Julia Gusano, la propietaria de la célebre tienda en el centro de Madrid que lleva su nombre y que cuenta con una gran colección de estilográficas, sobre todo de la marca Waterman. También en este establecimiento, por lo que tengo entendido, funciona un taller de reparaciones, aunque dedicado en exclusiva a piezas antiguas.

            No repetiré íntegros los términos de nuestra charla sobre las políticas de la “gran empresa” acerca de la sustitución de componentes de los instrumentos de escritura. Basta decir que eran y siguen siendo contrarios a los principios y soluciones de T&T reparaciones, que apuesta por la idea de que todo, o casi todo, tiene arreglo, y de que los recuerdos y emociones unidos a un objeto no tienen precio ni deben estar supeditados a una estricta contabilidad empresarial. Porque hablamos de la memoria, de vínculos con personas y no de fríos números. Una estilográfica que fue usada por nuestra madre o nuestro abuelo, por alguien que tuvo nuestra amistad o nuestro amor, una estilográfica que nos fue regalada en una ocasión especial y que por eso forma parte, ya para siempre, de nuestros recuerdos, no puede ser “sustituida”, como nadie ocupará en nuestra emoción el lugar de la persona que la utilizó o que la compró para nosotros. Personas como Teodoro y Toni apuestan por la recuperación de lo que ha tenido una vida, para permitir que esa vida continúe. Nos regalan la opción de un largo tiempo adicional con los objetos especiales que sobreviven como un rastro y un testimonio de nuestra existencia emocional. Me gusta pensar que esta opción, la alternativa del sentimiento y la vinculación con nuestras experiencias de escritura, es también la mía y será cada vez la de más personas.



            Por eso quiero dar las gracias a Teodoro y Toni por hacer esa opción posible y por la profunda amabilidad y simpatía de su recibimiento. Como testimonio de mi visita a su casa quise hacerme con una minúscula parte de su inmenso muestrario de artículos y decidí llevar una pluma Waterman modelo “Centurión”, de modesta factura pero desempeño infalible, que ellos me vendieron por un precio muy inferior al original. Porque sí, también en el ámbito de la restauración de la memoria caben los descuentos a beneficio de la clientela; es la ventaja de tratar con quienes aúnan la condición de comerciantes con la de artesanos y, sobre todo, buenas personas. Desde aquí, un fuerte abrazo y mucho ánimo en vuestra necesaria tarea. 


jueves, 14 de septiembre de 2017

EL DESCANSILLO




            (Artículo publicado en la revista de la ONG Córdoba Acoge Sin ir más lejos)

            Digamos que en el descansillo de un modesto edificio hay dos puertas. El edificio es parecido a tantos otros que hay en nuestra ciudad, algo viejo, con algunos desconchones y macetas en las ventanas. Las personas que viven al otro lado de esas puertas responden a las iniciales “H” y “L”, respectivamente.
            Digamos que el padre y la madre de H. nacieron en Marruecos, Egipto, Argelia o el Magreb, solo por mencionar algunas posibilidades; que emigraron a España cuando aún eran muy jóvenes y, con grandes esfuerzos y muchos sacrificios, lograron establecerse y hacer de su nuevo país de residencia un hogar, aunque siempre hubo gente que no les aceptó. El padre y la madre de H. no tenían experiencia previa en el ámbito del comercio pero pensaron en abrir un negocio propio y, después de algunos años, lograron su propósito. En esa tienda trabaja hoy H. durante las horas que le dejan libres sus estudios de comercio y contabilidad. En un principio H. se opuso a la idea de iniciar esos estudios: su vocación es la música, en concreto tocar la guitarra eléctrica, y su sueño formar parte de un grupo de pop como The Beatles o Radio Futura. Sin embargo, después de muchas discusiones, H. comenzó a asistir a las clases y ahora procura compatibilizar ambas ocupaciones, además de ayudar en la tienda. El comercio y la contabilidad no le encantan pero se le dan bastante bien y saca buenas notas. Su vida transcurre por cauces tranquilos, muy semejantes a los de cualquier persona de su edad que tiene la suerte de poder estudiar gracias a su padre y su madre.
             H. ha nacido en España y siempre ha vivido en el mismo barrio, ni cerca ni lejos del centro de la ciudad, rodeado de otras familias modestas y trabajadoras como la suya, algunos de cuyos hijos e hijas son sus mejores amigos.
          Al otro lado del minúsculo descansillo, carente de luz y alegrado solo por una planta de grandes hojas verdes cuyas puntas rozan el suelo, vive L. en régimen de alquiler y, de momento, solo. Es la segunda o tercera vivienda que ocupa desde que decidió independizarse de su familia, con la que a veces se lleva bien y otras mal porque los tres son personas con un carácter fuerte. L. es español e hijo de españoles, que a su vez lo eran de padres y madres también españoles. De hecho, ninguno de los antecesores de L. ha vivido nunca, excepto por períodos breves y casi anecdóticos, fuera de la provincia. Quizá por eso L. se empeña por residir también aquí, aunque para ello tenga que trabajar de dependiente en una tienda de telefonía donde no puede poner en práctica sus estudios de diseño gráfico. Puede que también intervengan en ello otros factores que ahora no vienen al caso; solo comentamos su vida y circunstancias por lo que revela de ellas un examen superficial.
            La vida de L., dentro de los términos de ese examen, es bastante normal. Va al trabajo y vuelve del trabajo. De vez en cuando queda con algunas amigas y amigos y ha tenido dos parejas. Al menos una vez por semana hace una visita a sus padres y pasa un rato en su compañía, normalmente frente al televisor. Durante esos ratos no es infrecuente que hablen acerca de alguna noticia de actualidad de las que pueblan los informativos y otros programas.
            El diecisiete de agosto L. no estaba viendo la televisión con sus padres cuando tuvo lugar el atentado de Las Ramblas de Barcelona. Se enteró al llegar al trabajo; durante toda esa tarde circularon por las instalaciones noticias acerca del número de muertos y heridos, sobre las averiguaciones realizadas para identificar a los responsables, conocidas a través de la radio y de internet. Al llegar a casa esa tarde, L. llamó a casa de sus padres y comprobó que también ellos habían estado durante las últimas horas pendientes de cualquier novedad.
            “¡Habría que echar a todos esos de España!” le grita su padre a través del auricular. L. trata de tranquilizarlo y, finalmente, cuelgan. Después enciende el televisor y se entera de algunos detalles más por los diversos programas especiales de las distintas cadenas de televisión. El problema es que, al mismo tiempo, esas mismas cadenas organizan debates de urgencia en los que esos datos, aún no comprobados y hasta contradictorios, se mezclan con opiniones de signo muy diverso y, salvo en el caso de alguna voz que pretende ofrecer al público una perspectiva más amplia de los hechos, cada cual se refiere a ellos desde su particular foco de interés. L. escucha a personas que ostentan cargos públicos, a periodistas, militares y expertos en sociología. Por fin, pasada la una, se va a dormir con una confusión de informaciones, referencias nuevas para él y exclamaciones indignadas o llenas de alarma, como la de su padre a través del teléfono, que él oye repetida en su cabeza una y otra vez sin poder evitarlo: “¡Habría que echar a todos esos de España!”
            Llega la mañana siguiente. Una luz mortecina aclara poco a poco el estrecho espacio del descansillo que, al filo de las ocho, parece desolado y sucio aunque no es ninguna de las dos cosas. Cuando están a punto de dar las ocho y cuarto, las dos puertas se abren al mismo tiempo. Por una sale H., que llega a clase con el tiempo justo y, por la otra, su vecino L. todavía absorto en comprobar si no ha olvidado apagar el calentador del gas o cerrar la llave de algún grifo. En ese momento las miradas de ambos se cruzan, una de tantas casualidades que ocurren todos los días. Pero ese no es un día cualquiera, es el día posterior a un atentado horrible en la ciudad de Barcelona. Han sido varias las ocasiones en las que L. se ha encontrado con alguna de las personas que viven en el piso frente al suyo, pero jamás había pasado por su mente pensamiento alguno más allá de la vaga apreciación de que “tenían aspecto de árabes”. Esa vez, esa mañana concreta, acuden a su mente las salvajes imágenes del atentado, junto con opiniones sesgadas, temores multiplicados y vivos y la exclamación de su padre. Sin ser muy consciente de su propio impulso, se oye decir entre dientes:
            — ¿Has visto lo que hizo tu gente ayer?
            Y H., que jamás hizo daño a nadie, que nació en el mismo lugar que L. y para quien “su gente” son las personas de su círculo más íntimo, siente que le recorre un escalofrío de desagrado. También él y su familia, como tantas otras en el país, han pasado la tarde de ayer delante del televisor. Su padre y su madre le advirtieron de que podía recibir insultos y amenazas, aunque nadie habría podido prever que tendrían lugar tan pronto y además allí mismo, en la puerta de su casa. Tal vez por eso, o quizá debido a la vulgaridad y la ignorancia que el comentario demuestra H. siente pudor, agacha la cabeza y no responde.
            Sabe que si vuelve a entrar en casa y cuenta lo ocurrido su familia sufrirá, se enfadará y puede incluso montar un escándalo, de manera que se adelanta a su vecino L. y baja hasta el portal casi a la carrera. Luego sale a la calle y, por costumbre, se dirige al instituto aunque de pronto le invade un sentimiento que, hasta ahora, nunca había relacionado con el lugar a donde acude cada mañana laborable: el miedo, miedo a ser visto y a que le dirijan nuevos insultos; un miedo absurdo, pero real, a ser él mismo.

           Como H., cientos de miles de personas que profesan la religión musulmana o que proceden, por nacimiento o ascendencia, de un país árabe tienen que sufrir cada día, desde que comenzaron los atentados en territorio europeo, las sospechas, las acusaciones directas y los insultos. Igual que L., muchas personas de nuestro país o de cualquier otro donde parte de la ciudadanía no asume la inmigración como un fenómeno natural y beneficioso dirigen sus odios, desconfianzas y recelos contra quienes nada les han hecho, los vuelcan sobre quienes no desean otra cosa que vivir su vida en paz. Y nuestra realidad es como ese descansillo de un bloque de pisos cualquiera donde, en un momento determinado, se producirá un encuentro y nuestros prejuicios y miedos se verán confrontados a la vida, el carácter y el rostro de una persona de verdad, con emociones auténticas. Son esas emociones y no la falsedad acartonada y carente de base de tantos estereotipos lo que debería importarnos. Las emociones y no nuestra inseguridad y nuestro temor, que se parecen demasiado a una profunda ignorancia.


lunes, 21 de agosto de 2017

JUANA RIVAS TAMBIÉN PASÓ POR AQUÍ.



        Esta mañana nos hemos despertado con la noticia de que Juana Rivas, después de semanas de persecución y campañas de desprestigio en televisión y prensa escrita, no ha resistido la presión y ha decidido entregarse. En una carta dirigida a diversas autoridades públicas, Juana pone de relieve las deficiencias de los diversos trámites y procedimientos llevados a cabo en relación a su caso y la indefensión general en la que tanto ella como sus hijos han sido situados por esas negligencias. En casa sentimos impotencia y no comprendemos, no, no podemos comprender esta situación. Su maltratador se pasea con toda tranquilidad y ella ha tenido que separarse de las personas a las que más quiere en el mundo, y de cuya seguridad se siente responsable, en cumplimiento de la misma norma que debería protegerles.           

           Cuando se estudia la carrera de Derecho, como es mi caso, una de las cosas que se aprenden a lo largo de los años y los cursos es que la Ley no puede abarcar todas las posibilidades, prever todas las eventualidades, prestar una solución a los problemas. Si escribo esta palabra —“Ley”— con mayúscula inicial es para designar el conjunto de normas de todo tipo que intentan regir nuestra amplia y caótica comunidad. Es difícil, se nos enseñaba en las aulas, resulta casi imposible dar una respuesta a cada problema particular. Por esa razón la Ley tiene que ser general. Corresponde a los juzgadores, Jueces y Juezas, entrar en la problemática particular de cada supuesto, en el caso de que el asunto llegue a su conocimiento.

            A lo largo de las últimas semanas, a medida que se sucedían las deficientes informaciones y las opiniones encendidas acerca del drama de Juana Rivas, he imaginado en más de una ocasión que ella y sus hijos se alojaban, por unos días, en mi casa. Sí, en las modestas habitaciones del piso de alquiler que compartimos mi pareja y yo Juana podía tener descanso al menos por unos pocos días. Esto es importante: solo por unos días. La persecución está en marcha y Juana tiene que cambiar de ubicación cada poco tiempo junto con sus hijos, que acusan el cansancio que estas alteraciones deben, por fuerza, producirles. Los niños, imagino, hacen muchas preguntas y protestan contra aquello que no les gusta; por ejemplo, que en las alacenas de nuestra cocina no hay cacao en polvo para ponerle a la leche.

            Salgo un minuto para comprar el cacao en polvo. Cuando vuelvo, los niños se alegran y me dispongo a prepararles un vaso de leche con cacao a cada uno, más unos pequeños bocadillos. Es la hora de merendar. Los niños meriendan. De momento, se restablece un poco la calma.

            Se entabla entre los tres adultos, como no podía ser de otra manera, una conversación acerca de la situación de Juana. Víctima de maltratos físicos y psicológicos durante años, un día encontró valor para denunciar a su maltratador, el padre de los dos niños que mastican sus bocadillos en el sofá mientras nosotros hablamos en la mesa, a un lado. Hubo un juicio y un juez italiano dictó una sentencia. El maltratador de Juana era ya, según la resolución judicial, un delincuente condenado por la justicia.

            Hasta ahí todo bien. O, mejor dicho, todo mal. La vida de Juana estaba patas arriba. Ella sufría, sus dos hijos sufrían. Entonces ¿cómo pudo volver con su maltratador? Es una pregunta difícil, con una difícil respuesta. Por eso, excusamos de hacérsela. Solo serviría para hacerle sentir arrepentimiento y, quizá, vergüenza. Además, no es necesario, conocemos el mecanismo de funcionamiento aproximado del maltrato: el agresor se convierte en dueño y señor de la agredida, con una influencia absoluta sobre su estado de ánimo y decisiones. El perfil de maltratador presenta, por si la violencia física no fuera suficiente, un rasgo general muy inquietante: unas acentuadas dotes para la manipulación.

            Así que podemos imaginarlo, también esto. Cómo el maltratador la persuadía, la convencía de que volviese con él. Lo que había ocurrido hasta ese momento había que olvidarlo, dejarlo atrás. Eran errores, malentendidos, comportamientos que no tendrían lugar de nuevo. Podían, juntos, empezar de cero. Como una familia.

            No. Nunca una familia, una verdadera familia. Las personas componentes de una auténtica familia no se torturan, no se agreden, no se insultan. No se manipulan para distorsionar la perspectiva del otro, o la otra, de forma que los defectos propios queden atenuados, disimulados.

            Un panorama, en fin, completamente aterrador. Luego, nuevos episodios de agresiones y coacciones y otra separación, esta vez definitiva. El maltratador, en su papel de padre, indiferente y lejano. Los hijos no tienen apenas contacto con él. Por supuesto, tampoco reciben ni un solo céntimo de su bolsillo. ¿Juana no quiere escucharlo, no quiere estar con él? Pues tampoco los hijos lo verán ni tendrán nada, al menos de su parte.

            Esta es la terrible lógica del maltrato, de la tortura. O todo o nada. Cualquier tema, toda consideración, subordinada a los impulsos y deseos del “dueño y señor”. No quisiera, pienso mientras me digo todo esto, ocupar ese lugar respecto a nadie. Nunca. Nunca ser “dueño y señor” de nadie. Jamás. Porque ¿y la culpa? ¿Y la empatía respecto a la otra persona? ¿Dónde quedarían?

            En lo que se refiere al maltratador de Juana, creemos que tales sentimientos nunca han sido un factor. No podemos concebir que un ser humano con empatía por las otras personas lleve a cabo un comportamiento semejante. Vuela por mi conciencia la palabra “patriarcado”, como el sello de una condena temible. Hemos sido educados, nosotros los hombres, y ellas, las mujeres, en una enorme y maliciosa mentira de horrendas consecuencias. La mentira de los roles, del machismo, del dominio, del papel “que corresponde a cada cual”. No hay papeles, no debe haberlos. Solo personas, responsable cada una de su propia existencia y circunstancias, dentro de los límites que nuestra forma de vida nos impone, y que no son pocos.

            Juana, Juana Rivas, tiene el rostro demacrado. Nunca imaginó que sería una mujer en situación de busca y captura. Los más firmes defensores de la “legalidad” claman por su detención. Ella sabe que la huida es la única oportunidad que sus hijos, dos niños aún pequeños, tienen de sobrevivir. No, no queremos preguntarle mucho más por su angustiosa situación, preferimos que descanse, que viva durante unas horas un pequeño simulacro de “normalidad”.

            Sin embargo, es ella la que nos hace preguntas: cuáles son los últimos comentarios que se han hecho sobre ella en la televisión, en los periódicos. Sobre esto no le mentimos y notamos por su expresión que la campaña de desprestigio y tergiversación que se está realizando en su contra le causa una profunda tristeza (¿dónde están, por cierto, la empatía y la humanidad de la clase periodística? ¿De verdad todas esas personas que escriben esos artículos en los que con o sin sutileza la acusan de ser, ella misma, causante de todos sus problemas y disculpan a su maltratador piensan de esta manera? ¿Nadie quiere hablar públicamente en su favor?)


            A continuación me pregunta por su situación legal. Yo mismo le he dicho, al recibirla, que soy licenciado en leyes. Sé que ha tenido diversas abogadas que la han aconsejado y representado, que aún lo hacen. Son profesionales de las que dignifican el oficio. Nadie mejor que ellas para asesorar a Juana. Creo que las preguntas que me hace se explican como un reflejo de incredulidad: sencillamente, es incapaz de asumir que, pese al maltrato que sufrió durante años y a las oscuras pero evidentes intenciones de su maltratador, la justicia española no le ofrezca algún tipo de protección. La última noticia es que el Tribunal Constitucional ha denegado un segundo recurso de amparo. Ciertos personajes se empeñan, en debates televisivos, en recordar que hay una orden de busca contra ella por retención de menores, previa a la última denuncia presentada por Juana contra su maltratador. Es cuestión de orden, dicen los personajes: primero que detengan a Juana, y luego ya se verá. Excepto que se han producido, en el proceso iniciado por Juana, determinadas irregularidades y tardanzas que tendrían, muy posiblemente, que dar lugar a responsabilidades legales: documentos cuya traducción se eterniza, precedentes en forma de sentencia dictada en un país europeo que no son tenidos en cuenta, irregularidades, en fin, que pueden ser consideradas como alteraciones muy importantes de ese mismo orden. Excepto que para Juana, Juana Rivas, madre de dos hijos, mujer maltratada durante años, no es solo una cuestión de orden. Si entrega a sus hijos, y los niños son a su vez entregados a su maltratador, puede que nunca más vuelva a verlos. Desde mi perspectiva, es muy sencillo, espantosamente sencillo: no puede correrse el riesgo. También sobre esto hay precedentes, aquí mismo, en mi ciudad. Un tal caso Bretón. Hoy, uno de nuestros parques ha pasado a llamarse “Ruth y José”. La posibilidad de que, por cumplir el tenor estricto de las leyes, dentro de unos meses estemos bautizando de nuevo otro parque me parece pesadillesca. Y es lo que no quiero decirle a Juana: que, a veces, según nos enseñaron en la facultad de Derecho y confirmamos después en la práctica, la generalidad obligatoria de las leyes da lugar a males más terribles que los que pretendían evitarse o castigarse con esas leyes. No, no quiero tener que repetir a Juana lo que ya sabe, la realidad desoladora que ella misma ha descubierto y que la mantiene, de momento, en esa situación de huida continua. Esperemos que las autoridades, después de su entrega voluntaria y de haberles confiado a sus hijos, decidan no ponerlos a disposición del maltratador y concedan protección a Juana igual que lo harían respecto a cualquier otra persona en riesgo grave. Sería positivo para nuestro respeto por el funcionamiento de las instituciones, incluida la Administración de Justicia, que la generalidad normativa habitualmente dañina no tenga, en su caso, el efecto monstruoso que ya ha tenido para muchas otras personas, muchas otras mujeres desamparadas frente a sus maltratadores. Mientras tanto, y al margen de esta pequeña fantasía que he fabricado para argumentar mejor mis reflexiones, queremos que Juana sepa que aquí, donde vivimos, tiene su casa. Para los días que hagan falta.  

miércoles, 7 de junio de 2017

"HIJA DE LA LAGUNA": UN VISTAZO AL OTRO LADO DE LA REALIDAD


               (Un comentario sobre el documental Hija de la laguna, Ernesto Cabellos, 2015)



               En el Perú existe una población llamada Cajamarca, donde hay una laguna. Esa laguna es la base y el centro de un rico ecosistema caracterizado por su humedad, su flora y una fauna básica que permite a sus habitantes vivir de los productos de la tierra, con la que además tienen una relación de gran intimidad y conocimiento que casi podríamos calificar de “familiar”. El mejor ejemplo de esta relación tan especial es Nélida, una joven que habita con sus padres en los vastos campos de la región y que conoce el proceso de sus cambios, sus abundancias, sus momentos de escasez. Ella ha entablado con la laguna y todo cuanto la rodea un vínculo tal que a menudo, en su fuero interno, habla con ella igual que si fuera un ser consciente, y le dirige ruegos y promesas. La laguna adquiere la categoría de interlocutora, de figura maternal, de entidad a la que recurre con naturalidad en las súplicas y en los agradecimientos.

            Un mal día, Nélida y todos los demás habitantes de Cajamarca reciben la visita de unos hombres siniestros ataviados con chalecos y gorras de vago aspecto policial. Llevan armas y les observan de lejos. Las personas del lugar, asustadas, no saben en un primer momento qué esperar de tan oscura visita. Más adelante su propósito quedará claro, demasiado claro: se trata de la avanzadilla de un grupo empresarial que pretende explotar el fondo de la laguna donde, según ciertas averiguaciones realizadas en secreto por la empresa, hay un yacimiento de oro.

            Los acontecimientos se precipitan después con rapidez: la empresa quiere el oro que ya considera suyo, las personas de Cajamarca solo desean, en cambio, que las dejen en paz con su tierra y su modestia. El inevitable choque de intereses. Habitualmente, enfrentamientos como estos se salvan con algunas amenazas o unos pocos sobornos y el proverbial miedo de la gente humilde a sufrir mayores daños. Pero, según comprenden estos atípicos campesinos, eso es precisamente lo que ocurrirá si la empresa se sale con la suya: se quedarán sin lo que más aprecian en el mundo, su pedazo de tierra alimentado por la laguna; se verán sin nada, nada en absoluto. Porque por donde pasa el rodillo de los intereses empresariales ya ningún fruto es capaz de crecer, solo queda una tierra yerma y un puñado de personas infelices y desposeídas. Así ha sido siempre. Así se suponía que debía ocurrir también en el caso de Cajamarca.


            En este documental, además de hablarse de la lucha de las personas de Cajamarca por preservar su forma de vida, la única riqueza de su laguna, se nos muestran las consecuencias del proceso contrario, es decir, varios casos en los que el interés empresarial estuvo por encima de las consideraciones humanitarias y ecológicas más esenciales. Su director, en un ejercicio de síntesis admirable, incluso encuentra tiempo en su metraje para darnos cuenta de la hipocresía del mal llamado “primer mundo”, encarnado para la ocasión en la persona de una diseñadora de joyas de lujo (y nada bellas, valga el comentario de pasada) que aprovecha los productos de la explotación humana y natural para hacer tranquilamente una fortuna, y aún tiene la desfachatez de visitar los lugares del genocidio natural disfrazada de exploradora de principios de siglo XX. El colonialismo no es, ni mucho menos, cosa del pasado; pero no quiero dar más pistas ni destripar el contenido de este magnífico documento, esta maravillosa y terrible película, disfrutable desde el aspecto visual y el humano, desde la poesía y la reflexión social. Todos estos elementos se suman en Hija de la laguna para componer algo a lo que, por desgracia, cada día estamos menos acostumbrados: una verdad. La verdad de la emoción y del profundo esfuerzo que cuesta defenderse de los insistentes y fríos ataques del mercado; la verdad de una lucha, que lleva mucho tiempo en marcha, por conservar el espacio minúsculo que ese mismo mercado quiere dejar al ser humano para que sienta y respire. Esa verdad que espera al otro lado del enorme muro que, en ocasiones, nos separa de la realidad a que vayamos a echarle un vistazo. 

martes, 18 de abril de 2017

FLORES AMARILLAS


(Publicado en la revista "Sin ir más lejos" de la ONG Córdoba Acoge)



            Aunque padezco de alergia, fui a una floristería para comprar un pequeño regalo. Es solo una de las muchas contradicciones en las que incurro últimamente. En el camino de vuelta, que hacía sujetando con mucho cuidado el tiesto con margaritas amarillas, pasé por la zona histórica de la ciudad. A los pies de la Mezquita una vía empedrada permite adentrarse en las callejuelas de la antigua Judería o bien, doblando a un lado, cruzar bajo el llamado Arco del Triunfo, que data del siglo XVI, y acceder al arranque del Puente Romano. Como puede verse, en un espacio reducido coexisten, sin enfrentamientos ni mayor dificultad, huellas de diversas culturas. Dejando aparte los problemas del obispado con el carácter musulmán de la Mezquita, que obedece tanto a razones ideológicas como crematísticas (esta palabra alude al interés económico y si la uso es porque me hace pensar en grandes piras de billetes siendo reducidas a cenizas por las llamas), a nadie choca esta acumulación de las muestras arquitectónicas y urbanísticas de civilizaciones tan distintas. Forma ya parte del acervo común la idea de que, donde hoy se extienden nuestras ciudades, antes hubo otras. Consideramos a las culturas que las generaron, eso sí, agua muy pasada, y a sus improbables habitantes como desconocidos cuyos pensamientos y necesidades somos incapaces de imaginar.

            Tal vez una distancia parecida sigue existiendo con respecto a quienes pertenecen a nuestro tiempo pero no a nuestro ámbito más inmediato. Personas de Siria, de Marruecos, del Congo o de Ucrania se nos hacen difíciles de concebir aunque las tengamos delante; y es que una cosa es entender una realidad y otra muy distinta asumirla. Puede que esa brecha mental sea común a todos los habitantes de todos los países. Creo, personalmente, que la quiebra resultará más evidente en el caso de que esos países tengan un pasado colonial, o vivan en la ilusión de un futuro excesivamente prometedor, porque el imperialismo enseña a considerar a los dominados como inferiores y la superioridad es un sentimiento tan absurdo como frecuente.

            Reflexiones de esta clase son más o menos lógicas cuando se pasa por la parte histórica de una ciudad. Ahora, gracias a los últimos acontecimientos internacionales y al tratamiento que les dan los llamados “medios de comunicación”, también acompaña nuestro camino el miedo a ser víctima de un atentado. Se me dirá que esos “medios” no crean el fenómeno del terrorismo, y es cierto; pero tampoco lo explican. A través de los boletines de noticias tanto nos llegan vagos ecos de lo que está sucediendo en Siria y otros campos de batalla como del último tropezón gracioso de una niña norteamericana o sobre la escalera que este mes se ha descompuesto en China con peligro para la integridad de quienes la usaban. No existe un filtro: lo importante es lo último que haya ocurrido, que mañana nadie recordará y de lo que no habremos llegado a conocer las razones. Por esa misma falta de criterio, los “medios” alimentan nuestro temor a lo que no conocemos y que ellos, no hay que dudarlo, tampoco van a esforzarse para acercar a su público. La distancia vende, en el miedo a lo lejano hay un mercado que puede explotarse. También en eso, una vez más, resultamos ser consumidores. Mientras me decía todo esto, apretaba el paso para salir cuanto antes de la "zona de peligro”, procurando sujetar lo mejor posible el tiesto con flores amarillas que había comprado como regalo. Si había que hacer caso a los noticiarios, detrás de cada rostro podía ocultarse una mente “radicalizada” y dispuesta a atentar contra nuestras vidas. Como si no tuviera uno bastante con los radicalismos tradicionales en nuestro folclore ahora había que preocuparse también por otros nuevos. No ganamos para disgustos.


lunes, 3 de abril de 2017

TALLER DE CINE Y AUTOCONOCIMIENTO


Taller de cine y autoconocimiento. El día 17 de abril arranca esta experiencia en la que se hablará de cine y emociones. La palabra que falta en el propio cartel es "herramienta"; y es que nada como el arte para ayudarnos a conocer nuestra propia forma de ser, de sentir y de proyectarnos hacia el mundo y los demás.
Puede encontrarse el formulario de inscripción en la página del Centro de Información Juvenil de Montilla (http://www.juventudmontilla.blogspot.com)
¡Para quienes se animen a conocer el cine y conocerse a sí mismos un poco mejor!

miércoles, 29 de marzo de 2017

Díptico del taller sobre literatura y género, con motivo del Día de la Mujer



   Una maravillosa experiencia, en compañía de las mujeres y hombres de Lucena. Díptico del taller acerca de la vida y obra de Virginia Woolf, que quiso examinar su posición como mujer y como intelectual en la sociedad de su tiempo y en la de nuestro tiempo. Hay obras que recompensan el esfuerzo que supone su acercamiento y comprensión con ideas y emociones que, a partir de ese momento, se quedarán con nosotros y nosotras para siempre.

miércoles, 22 de marzo de 2017

Taller de literatura hecha por mujeres y autoconocimiento - Lucena, Córdoba

Un taller que quiere el acercamiento entre público lector y literatura hecha por mujeres. Una nueva oportunidad para quien lo imparte de comprobar cómo la curiosidad es uno de los motores de la sensibilidad y el conocimiento. 

lunes, 13 de marzo de 2017

IGNORANCIA


              (Publicado en la revista "Sin ir más lejos" de la ONG Córdoba Acoge)

            Todas las personas que conozco tienen sus rutinas. Se trata de modos más o menos prácticos de hacer las cosas, de cumplir las obligaciones o de darse pequeños gustos. Se comienza a hacer cualquier cosa de un modo determinado y, cuando quiere uno quiere darse cuenta, resulta que ya tiene una costumbre. Prácticamente todas las semanas acudo a la oficina de correos. Aparco el coche en una avenida cercana, donde suele haber sitio. Después, hago mis copias y, con los sobres bajo el brazo, camino el trecho de unos diez minutos hasta la oficina de correos más próxima. No siempre es un paseo agradable. A veces tengo otros recados que hacer, formalidades, compras, visitas, llamadas, y las agujas del reloj parecen correr en contra de mi propósito de cumplir con todos.
            La última vez que tuve que hacer ese trayecto, en cambio, pude emprender el breve camino respirando con tranquilidad. Primero unas cuantas calles, color cemento. Un parque minúsculo haciendo esquina, en cuyo cuadrado apenas suficiente se aprietan las ramas de algunos arbustos y árboles raquíticos y las formas coloridas de toboganes   y otros juegos infantiles. En aquel momento estaban tomados por un grupito de adolescentes que bromeaban y chillaban, formando un círculo y haciendo un enorme e inútil esfuerzo para que no se notase lo que estaba ocurriendo en su interior.
            Después la carretera, en la que hay que estar muy atento para cruzar porque los coches, las motos y autobuses pasan a gran velocidad. Más allá del semáforo, un puente gris sortea las vías del tren. Una y otra vez, manos desconocidas escriben en las paredes también grises que se alzan a ambos lados del puente mensajes más o menos comprensibles. Luego, otras manos anónimas intentan borrar las letras dibujadas con espray. Como resultado, esas paredes están cubiertas de pintadas cuyas líneas muestran diversas intensidades: las hay que casi parecen recién hechas y otras ya muy desleídas, como la imagen de un objeto tirado en un lago que viéramos hundirse lentamente en el agua.
            No suelo fijarme en el contenido de las pintadas. Cada vez que cruzo el puente, solo soy capaz de recordar la escena de Paris, Texas, la película de Wim Wenders, en la que el protagonista camina por otro muy parecido solo que mucho más largo, casi interminable, que atraviesa el espacio sobre el tráfico de una autopista. A lo largo de todo ese trayecto le vemos avanzar mientras escucha los gritos e imprecaciones de un pobre loco que amenaza a la humanidad con su propia debacle. En cambio, este último día que pasé por allí una de las leyendas de la pared llamó mi atención. En letras grandes, regulares y de color azul intenso, la pintada decía: “IGNORANCE Your new best friend?” (IGNORANCIA ¿Tu nuevo mejor amigo?)
            Terminé de cruzar el puente, fui a correos, entregué mi sobre. A la vuelta tuve que hacer unas compras en el supermercado. Durante todo aquel rato, la frase del puente y su significado planearon sobre mi conciencia. Las palabras que la componían, igual que una semilla de violento fruto, daban lugar a ideas que crecían como raíces y ramas nuevas en mi pensamiento.  No acierto a explicarlo de otra manera. Una comunicación se había establecido entre el autor o autora de la frase, su inscripción en forma de pintada y yo; mi archivo particular de despropósitos encontró bastante que responder al llamado que el mensaje incorporaba. Porque son muchos los ejemplos que pueden encontrarse de que la ignorancia, efectivamente, se extiende como un virus dañino, tal vez el más peligroso que la humanidad haya conocido. Hace escasas semanas, varios millones de norteamericanos decidieron elegir a un fascista como presidente de su gobierno; acaso lo más desconcertante desde aquel momento haya sido comprobar cómo muchas de las cosas que este individuo ha ordenado hacer vienen practicándose en nuestro entorno desde hace tiempo, sin que los observadores internacionales hayan elevado grito alguno de denuncia al respecto. Vallas compuestas a base de cuchillas, en lugar de un muro; pelotas de goma disparadas a inmigrantes náufragos desde una playa de Andalucía; declaraciones políticas de dudosa humanidad. Ministros y ministras eluden el hecho de que, tras el sustantivo que utilizan para referirse a todas las personas que están en una situación determinada (verbigracia, “refugiados”) hay realidades muy diversas, todas desesperadas: necesitadas de ayuda, de comprensión y no, como ellos prefieren, únicamente de cautela y rechazo.  

            Son muchos los signos de que la política acerca de inmigración de nuestro país y otros del entorno resulta bastante parecida a la que ese presidente norteamericano, entre gesticulaciones de clown, lleva a cabo en las pantallas de nuestros televisores. Sin embargo, en las últimas elecciones, millones de ciudadanos y ciudadanas españoles decidieron ofrecer a ese grupo de políticos la oportunidad de seguir aplicando su “mano dura”, no solo en contra de personas procedentes de otros países, sino también de estudiantes, artistas, votantes de partidos distintos o cualquier otro que, sencillamente, quiera mostrar su disconformidad con lo que se está haciendo por medio de una manifestación. Pretenden ponernos una enorme, apretada mordaza. Todo lo que podemos hacer, además de seguir manifestando nuestra oposición a ese conjunto de actitudes y medidas, es lanzar nuestras dudas a quienes parecen conformes con la situación y todas sus probables consecuencias. Esas dudas muy bien podrían adoptar la forma de la pregunta que encontré, por pura casualidad, escrita en la superficie gris del muro de protección de un puente: “IGNORANCIA ¿Tu nuevo mejor amigo?”   

jueves, 23 de febrero de 2017

El juez y su verdugo (1952) y La promesa. Réquiem por la novela policíaca (1957) Friedrich Dürrenmatt.




      
      La pasión por la lectura tiene innumerables ventajas y un único inconveniente: al cabo de los años se recorren multitud de títulos y, en muchos de ellos, se encuentran razones para disfrutar; aún en bastantes para emocionarse; pero solo en algunos, muy pocos en realidad, la combinación de factores necesaria para crear un fuerte impacto. Esto es lo que me ha ocurrido con el reciente hallazgo de la novela La promesa, de Friedrich Dürrenmatt, cuyo subtítulo, Réquiem por la novela policíaca, contiene la clave de su mensaje esencial, ese que su autor lanza al estómago y la inteligencia de sus lectores.
            
      Hay libros ya de sobra comentados y otros de los que nunca se hablará lo bastante. Dürrenmatt compone, a partir de la década de los cincuenta del siglo pasado, dos textos que toman como punto de partida los prototipos de la “novela negra” americana para subvertirlos, parodizarlos y separar sus partes a fin de construir, con las piezas resultantes, un panorama humano y literario completamente distinto. Si estuviéramos hablando de obras teatrales, podríamos decir que estas historias no solo cambian el decorado habitual en tragedias o comedias anteriores, sino que también ahondan en sus temas. La perspectiva, más profunda y de una mayor ambición, autoriza a sus personajes a cuestionar y cuestionarse de manera explícita y desesperada, como el protagonista de El juez y su verdugo cuando se pregunta: “¿Qué es el hombre?” (no tanto entre interrogantes como entre signos de exclamación).
            
      Ambos argumentos parten de un planteamiento inicial que podríamos denominar “corriente” —el hallazgo de la víctima de un crimen— que resultará luego tener implicaciones humanas e intelectuales mucho más extensas que la simple resolución del enigma. En La promesa, la captura de un sórdido asesino de niñas lleva a un policía obsesionado con el orden al borde de la locura; El juez y su verdugo empieza con el episodio, narrado con comicidad, en el que un agente de pueblo encuentra un cadáver apoyado en el volante de su propio coche, y decide conducirlo hasta la comisaría en el mismo vehículo escena del crimen para no alterar el orden y la paz vecinal. Las dos historias resultan una expresión de la humana miseria y, al mismo tiempo, complicados juegos de espejos en los que el autor nos introduce de lleno. En su transcurso, como suele ocurrir cuando la literatura es arte y no simple entretenimiento, se plantearán más preguntas que respuestas. Las conclusiones fáciles no caben: el misterio se refiere, sobre todo, a qué somos y a nuestra forma de disponer, o permitir que nos dispongan, la existencia.

            
      El autor suizo elige para exponer sus dudas y perplejidades acerca del ser humano, en estas dos obras, el género policíaco; pero no se abandona a él, a sus tópicos, ni a las aparentes necesidades que impone. El lector —la lectora—, como decía Carlos Edmundo de Ory, puede leer sin temor. También con la seguridad de que no abandonará el universo escuetamente propuesto por Dürrenmatt siendo la misma persona que entró en él.  

miércoles, 1 de febrero de 2017

EL RESGUARDO DE LAS CUATRO PAREDES



   (Publicado en la revista "Sin ir más lejos" de la ONG Córdoba Acoge)


      La realidad es una enorme estancia en una de cuyas paredes hay una enorme ventana, de grandes cristales más o menos limpios aunque carente de persiana o cortinas. La pared opuesta, en cambio, está cubierta precisamente de un largo cortinaje que en su parte inferior roza el suelo. A través de la ventana podemos ver paisajes de cuya veracidad y auténtica naturaleza cabe dudar porque, a lo largo de los años, hemos ido comprobando que su carácter cambia de una manera que sospechamos controlada. El objetivo de este control no sería otro que modular nuestro estado de ánimo, dar una forma determinada a nuestras opiniones.

      En el interior de la habitación nos esforzamos por llevar una vida lo más digna y entretenida posible, muchas veces influenciada por lo que vemos a través de la ventana. Sí, realmente esa ventana cobra para nosotros una importancia cada vez mayor: es nuestro contacto más directo, nos decimos, con lo que está ocurriendo fuera. Hay un mundo exterior al que podemos salir cuando queramos. Si son pocas las ocasiones en las que decidimos dar ese paso es porque, a fin de cuentas, en el interior de la habitación se está bastante bien y no parece necesario ni del todo conveniente andar dando vueltas al frío del invierno, o bajo el calor extremo del verano.
            
     Sin embargo, ni siquiera permanecer al amparo de esas cuatro paredes nos asegura una tranquilidad completa, el sosiego que continuamente luchamos por preservar limitando nuestras incursiones a las mínimas imprescindibles. Aunque vivamos pendientes de lo que muestra la ventana, de vez en cuando no podemos evitar un rápido vistazo en dirección a la pared opuesta, donde la cortina luce oscura y en silencio. Los enormes trozos de tela que la componen no cumplen la función estética y decorativa que nos gustaría atribuirles. Por la firmeza de su caída y la extensión de su forma parecen, en realidad, tener la intención de tapar algo, protegernos quizá de la visión de alguna otra parte de la casa que tendría el efecto de intranquilizarnos o crispar nuestros nervios. La tentación de echar un vistazo a su otro lado, como se comprenderá, es grande; pero hay quien disciplina su curiosidad hasta el punto de haber logrado un equilibrio entre el impulso de mirar y el temor de lo que podría descubrirse. De esta manera, ambas emociones se neutralizan mutuamente y la cortina, un día más, se queda donde estaba.
            
      Por lo demás, todo ese miedo acumulado a lo largo de los años se justifica el día en que decidimos apartar uno de los pesados faldones y, con cierta sensación de vértigo, miramos de frente lo que su grueso y opaco material nos evitaba conocer. Por las informaciones que nos llegaban a través de la ventana sabíamos que llovía, que incluso diluviaba: auténticos aguaceros bíblicos que caían en forma de pesadas trombas de agua, causando accidentes, molestias y pequeños desperfectos aquí y allá. Vemos ahora que hay lugares, como los campamentos saharauis donde los supervivientes de ese pueblo viven confinados y no reconocidos como tal pueblo, en los que unas inundaciones causan la inmediata y completa pérdida de todo cuanto tenían.
            
       La ventana habla de las preocupaciones laborales y políticas de nuestros vecinos que, con toda seguridad, son reales —las preocupaciones, entiéndase bien— pero eluden incluir a una parte muy nutrida de la población activa e inactiva, según los casos, y que está compuesta por personas inmigrantes a menudo ignoradas por quienes nos dirigen. Su situación jurídica, laboral e incluso sanitaria es mantenida en un interesado limbo donde los procedimientos administrativos son eternos y los servicios primarios sufren recortes continuos, eso sí, con la ya típica coartada de la crisis.
            
        Por fin, las informaciones más recientes que nos llegan a través de la ventana hablan de que en un país poderoso han erigido como dirigente a un déspota. No es el primero de la historia, ni será el último. Cunde un gran escándalo a raíz de sus proyectos de reforma, entre otras en materia de inmigración. Mientras, desde el otro lado de la cortina se nos revela que hace mucho que nuestro propio gobierno, elegido por la ignorancia de unos y la inactividad de otros, lleva a cabo medidas muy por el estilo de las que anuncia el nuevo y rubicundo líder extranjero. Los responsables de gestionar el paisaje que puede contemplarse a través de la ventana parecen predispuestos a ver con rapidez la paja en el ojo ajeno, pero solo de manera que sigamos ignorando que el molesto escozor que sentimos en nuestro propio ojo no es otra cosa que una viga.
            
        En la estancia de nuestra percepción de las cosas está la ventana, por donde la realidad nos dice cómo quiere que la veamos. Pero también, en la pared opuesta, las cortinas nos ofrecen la posibilidad de atisbar, aunque sea por un momento, la cara verdadera de esa misma realidad; es decir, su rostro completo, sin luces ni maquillaje que disimulen esas zonas suyas que no interesa mostrar. La elección entre una y otra no siempre está en nuestra mano. Si, a pesar de todo, alguna vez tenéis la oportunidad y reunís el valor, dejad por un momento la ventana y acercaos, sin hacer ruido, a la pesada tela detrás de la cual aguardan los aspectos menos agradables, pero también más auténticos, del mundo que hacemos entre todos.