Canillejas, en Madrid, es un barrio compuesto por bloques
de viviendas de ladrillo marrón o rojizo dispuestas en largas y tranquilas
calles. Su altura de tres o cuatro pisos permite, mientras se camina, disfrutar
la amplitud brillante y azul del cielo. Este lugar me recuerda en muchas cosas
a aquel otro donde me crié y aún vive mi familia; es un barrio modesto y obrero
en el que me siento muy cómodo.
Encuentro la sede de T&T reparaciones en el número 18
de la calle Fenelón, en todo parecida a las que la rodean salvo por el
llamativo cartel que el taller ostenta sobre su puerta y en el que puede verse
el dibujo de una pluma estilográfica. Por lo demás, la fachada es de una
discreción absoluta. Al igual que ocurre con algunas personas, el aspecto
exterior resulta muy normal: es al otro lado de la puerta de entrada donde sus
cualidades aguardan a que entremos para conocerlas.
Unos segundos después de llamar al timbre esa puerta se
abre y estoy frente a un hombre alto y fuerte de expresión afable. Me presento y
él me ofrece su mano, tan grande y fuerte como él mismo, a la vez que me hace
pasar sin ceremonias. Es Antonio Jesús Gómez Sánchez, cuya primera inicial —una
vez acortado su nombre al de Toni— integra, junto a la de Teodoro Rodríguez de
la Pinta, la razón comercial y el alma del taller de reparaciones.
Enseguida estrecho también la mano de Teodoro, una mano
que se intuye tan rápida como ágiles son las contestaciones que intercala con
su permanente charla al teléfono por razones de trabajo. Tras una mesa repleta
de estilográficas y otros útiles de escritura en alguna de las sucesivas fases
de regreso a la vida, atiende sin cesar una llamada tras otra. Al igual que
Toni, me recibe con gran amabilidad y una sonrisa; está claro que el empeño de
ambos es que me sienta cómodo y, después de solo unos instantes, gracias a su
simpatía, ya lo han conseguido.
Mientras Teodoro no deja de recibir llamadas, Toni me
guía por los espacios del establecimiento. En primer lugar, nada más cruzar la
puerta, una mesa compone la pequeña recepción cubierta de diversos artículos
que llaman la atención del aficionado desde el primer momento. Mi radar
estilográfico se activa cuando intuye, justo detrás de esa mesa, unos
expositores de cristal habitados por largas hileras de estilográficas Waterman
y Parker, las especialidades de venta de la tienda. Pero esto no es nada; a la
izquierda se sitúan nuevos expositores, de mayor altura y cabida, que albergan
muchos más ejemplares de mismas firmas y también una sorpresa adicional: una
sección de estilográficas antiguas, completamente restauradas y en perfectas
condiciones para su uso. Cada pieza espera a su futuro propietario o
propietaria sobre una funda de piel oscura para su transporte y protección.
Toni me conduce luego de regreso a la zona de trabajo,
compuesta por varias mesas donde las estilográficas esperan, desmontadas en
piezas, a que les llegue el turno de su reparación. O de su regreso a la vida,
a la existencia diaria y útil que les aporta todo su sentido. En la pared
frente a la mesa de Toni una innumerable cantidad de pequeños cajones metálicos
contienen las miles y miles de piezas de repuesto necesarias para que esa vida
pueda continuar.
Amablemente me ofrecen asiento y, mientras Teodoro sigue
hablando de manera casi incansable por teléfono, Toni me da algunos detalles
acerca de los orígenes de lo que hoy es uno de los mejores y más importantes
talleres de reparación de estilográficas del país. Mientras habla, sus manos
empiezan a moverse, en apariencia dotadas de voluntad propia; toman un paño de
un lado, un bote de cola de otro y se aplican a continuar el arreglo que las
ocupaba a mi llegada. Me cuenta que,
hasta hace siete años, ambos eran empleados del servicio post-venta de las
firmas Parker y Waterman. Cuando su dirección, tras un período de vacilaciones,
decidió cerrar la fábrica que tenía en España comenzó una época dura, una fase
de incertidumbre de la que, sin embargo, nuestros protagonistas tuvieron la
idea de salir estableciéndose por su cuenta. Así nació la empresa T&T
reparaciones y, con ella, la oportunidad de miles y miles de usuarios y
usuarias de estilográfica de ver renovado el uso de su instrumento de escritura
preferido.
La conversación a tres bandas se ve interrumpida con
frecuencia por el timbre del teléfono. Teodoro contesta con su simpatía
habitual y menciona a una tal “Julia”. Supongo que debe ser Julia Gusano, la
propietaria de la célebre tienda en el centro de Madrid que lleva su nombre y
que cuenta con una gran colección de estilográficas, sobre todo de la marca
Waterman. También en este establecimiento, por lo que tengo entendido, funciona
un taller de reparaciones, aunque dedicado en exclusiva a piezas antiguas.
No repetiré íntegros los términos de nuestra charla sobre
las políticas de la “gran empresa” acerca de la sustitución de componentes de
los instrumentos de escritura. Basta decir que eran y siguen siendo contrarios
a los principios y soluciones de T&T reparaciones, que apuesta por la idea
de que todo, o casi todo, tiene arreglo, y de que los recuerdos y emociones
unidos a un objeto no tienen precio ni deben estar supeditados a una estricta
contabilidad empresarial. Porque hablamos de la memoria, de vínculos con
personas y no de fríos números. Una estilográfica que fue usada por nuestra
madre o nuestro abuelo, por alguien que tuvo nuestra amistad o nuestro amor,
una estilográfica que nos fue regalada en una ocasión especial y que por eso
forma parte, ya para siempre, de nuestros recuerdos, no puede ser “sustituida”,
como nadie ocupará en nuestra emoción el lugar de la persona que la utilizó o
que la compró para nosotros. Personas como Teodoro y Toni apuestan por la
recuperación de lo que ha tenido una vida, para permitir que esa vida continúe.
Nos regalan la opción de un largo tiempo adicional con los objetos especiales
que sobreviven como un rastro y un testimonio de nuestra existencia emocional.
Me gusta pensar que esta opción, la alternativa del sentimiento y la
vinculación con nuestras experiencias de escritura, es también la mía y será
cada vez la de más personas.
Por eso quiero dar las gracias a Teodoro y Toni por hacer
esa opción posible y por la profunda amabilidad y simpatía de su recibimiento.
Como testimonio de mi visita a su casa quise hacerme con una minúscula parte de
su inmenso muestrario de artículos y decidí llevar una pluma Waterman modelo
“Centurión”, de modesta factura pero desempeño infalible, que ellos me vendieron
por un precio muy inferior al original. Porque sí, también en el ámbito de la
restauración de la memoria caben los descuentos a beneficio de la clientela; es
la ventaja de tratar con quienes aúnan la condición de comerciantes con la de
artesanos y, sobre todo, buenas personas. Desde aquí, un fuerte abrazo y mucho
ánimo en vuestra necesaria tarea.