Un fantasma recorre Europa, pero no es el del
expresivo poema de Rafael Alberti, ni siquiera el espectro de la estupidez acomodaticia
que Buñuel hizo protagonista de su película “El fantasma de la libertad”. No,
este fantasma nuestro es el del miedo, la desorientación, la pérdida. Más,
muchas más de cien mil personas han venido de Siria en busca de refugio. Llaman
a una puerta que no se les abre. Personas que huyen de una guerra, personas que
lo han perdido todo.
Circulan muchas imágenes de esas personas. Vemos su
desesperación, su lucha por alcanzar un punto en una costa, cruzar una valla,
agarrar un saco con comida. Pero esas imágenes, por sí mismas, no son una
explicación. No es posible hablar de soluciones, de causas y efectos, sin tener
datos; a los datos, además, conviene ponerles una o todas las caras posibles,
para que no queden en una simple abstracción. Somos muchos los que querríamos
entender pero, faltos de esos datos y de un análisis veraz de conjunto, no
entendemos. Los medios de comunicación, empeñados cada uno en rumiar sus
propios intereses, querencias y enemistades, no explican nada; se limitan, con
pulso firme de contable en medio del desastre, a hablar de víctimas mortales,
de largas filas de personas que nada malo han hecho pero son conducidas de una
valla metálica hasta la siguiente en ordenada formación, custodiadas igual que
criminales por agentes de policía que se desempeñan como pastores con el ceño
fruncido. Vemos grabaciones de personas que se ahogan en barcas hinchables a
pocos metros de la costa de Grecia, mañana de cualquier otro sitio con salida
al mar, ayudados por voluntarios al mismo tiempo que agentes de uniforme los
recogen y controlan y, quizá, quizá en algún caso, intentan abortar su llegada.
Las imágenes más dramáticas son puntualmente mostradas por el noticiario de la
mañana, luego el de mediodía y por fin, antes de archivar el tema, por el de la
noche. Puede que entretanto tenga lugar algún pálido debate en el que se
adivinará quién es quién según su lenguaje y el precio de la chaqueta que se
haya puesto para salir por la tele.
Mientras tanto los máximos dirigentes, cómo no, se
reúnen; en la lujosa sede de algún vago organismo internacional estudian el
asunto, o juegan a las cartas, para el caso sería lo mismo. De nuevo quienes
escuchamos los breves informes de la prensa no somos capaces de entender: ¿las
conversaciones entre dirigentes tienen por objeto: a) realizar un análisis del
problema para hallarle una solución b) decidir, como conglomerado más o menos
azaroso de países, la mejor manera de escurrir el bulto c) concretar, gracias a
algún sorteo o el hábil intercambio de ventajas, quién será el encargado de
mancharse las manos con expulsiones masivas y que dan mala fama d) ninguna de
las anteriores es correcta? En lugar de poner buena voluntad en el asunto, los
estados han puesto a pensar a sus mentes más versadas en esto de salir adelante
con el mínimo esfuerzo y compromiso. Menos de mil personas han sido acogidas
por Europa en lo que va de conflicto. Mientras tanto, en Siria, la guerra
continúa y nadie parece dispuesto a decidir si la Unión Europea debe o no
implicarse. ¿O ya está decidido? Probemos a ver un rato las noticias para
obtener un poco de información. Ah, no, hoy no: vuelven a emitir las imágenes
del niño sirio que se abrazó desesperado a una periodista rubia hasta que
¡voilá! apareció su padre y, sí, qué barbaridad, parece ser que según los
últimos informes hace frío en invierno, en primavera llueve y sopla el viento,
si seguimos por este camino todo hace prever que hará calor en verano y en
otoño caerán las hojas de los árboles.
A modo de conclusión, no hay conclusión: la guerra
es un horror al que vienen a sumarse la desinformación, la directa ignorancia,
el cinismo de las políticas macro económicas y el inquietante parecido físico de
una gran mayoría de presentadores de noticiarios y programas de debate. Si solo
se parecieran en eso no sería tan grave; pero es que, además, todos están de
acuerdo en fijarse en aspectos laterales de cualquier problema, nunca en su
esencia. No vaya a ser que, además de llenar minutos televisivos, estemos en
peligro de ver la realidad tal y como es. En algunas localidades de nuestro
variado país, mientras hablamos, caen chuzos de punta y de madrugada hay que
ponerse abrigo; en cambio, en zonas de costa, se conocen casos de gente que ha
empezado a llenar las playas. Qué bien, ¿no?